La urbanización, fenómeno creciente y global, ha transformado el paisaje de las ciudades, especialmente en el último siglo. Urbes se han expandido más allá de sus límites históricos, invadiendo el entorno natural y modificando los hábitats.

Este proceso no solo afecta la vida de los seres humanos, también impone desafíos únicos a la fauna local. En este contexto, la capacidad de adaptación de diversas especies animales a entornos urbanos emerge como un tema de gran interés para biólogos y urbanistas.

Las ciudades son hábitats muy distintos a los naturales. Toda una serie de alteraciones afectan directamente a la fauna. El clima de las ciudades, por ejemplo, varía por efecto de isla de calor, la temperatura suele ser varios grados más alta que la de los entornos circundantes; además, excluyendo las zonas verdes —muy escasas en algunas urbes—, el suelo asfaltado es impermeable, y las lluvias, en lugar de infiltrarse a capas del subsuelo, terminan en el alcantarillado, donde son canalizadas hasta plantas de tratamiento, y devueltas al medio natural en un punto alejado de donde cayó originalmente.

El acceso al alimento también es distinto; la mayor parte del suelo urbano carece vegetación que proporcione alimento a la fauna, salvo unas pocas zonas —de nuevo, parques y jardines— o espacios en los que almacenan basuras o residuos.

Diferentes son también los peligros a los que la fauna ha de enfrentarse en la ciudad. Los grandes depredadores desaparecen, pero a cambio aumenta la presencia de otros que, aunque significativamente más pequeños, presentan una mayor voracidad, como las colonias felinas. Y aparecen riesgos nuevos, como el atropello.

Ante un cambio de hábitat tan radical, la fauna silvestre ha desarrollado una serie de adaptaciones imprescindibles para su supervivencia.

Un aspecto fundamental en la adaptación urbana es la plasticidad en el comportamiento y la dieta. Según un estudio liderado por Lauren A. Stanton de la Universidad de Wyoming (Estados Unidos), la flexibilidad cognitiva es un factor crucial para la adaptación de los animales a diferentes ambientes, incluyendo los urbanos.

La flexibilidad cognitiva en animales urbanos se manifiesta de varias maneras. En entornos urbanos, los animales se enfrentan a diferentes fuentes de alimento, peligros y patrones de actividad humana que no se encuentran en la naturaleza. Esto requiere que adapten rápidamente sus hábitos de búsqueda de alimento, sus patrones de sueño y estrategias de evitación de depredadores, en este caso, los peligros urbanos como los vehículos o las colonias felinas.

Pero la flexibilidad cognitiva no se limita a la adaptación a nuevos tipos de alimento o peligros, también incluye la capacidad de navegar por entornos construidos complejos y en constante cambio. Aprender a cruzar calles con seguridad, utilizar edificios para anidar o esconderse e incluso interactuar de manera beneficiosa con el ser humano. Algunas especies han demostrado la capacidad de reconocer patrones específicos en el comportamiento antrópico, como los horarios de disposición de basura, y ajustar sus actividades en consecuencia para maximizar las oportunidades de alimentación y minimizar el riesgo.

La ciudad, al fin y al cabo, no solo representa un hábitat profundamente alterado, sino también un entorno evolutivo activo. La fauna urbana se está adaptando en términos de comportamiento y hábitos, y también en los ámbitos genético y evolutivo. Estos cambios subrayan la increíble capacidad de adaptación de la naturaleza y abren nuevas vías de investigación en la biología urbana y la evolución.

Fuente: muyinteresante.es