Las tierras afectadas por la sequía suman 172,5 millones de hectáreas, un área equivalente a casi la suma de las superficies de Perú, Ecuador y Paraguay o más de tres veces la de España. La falta de agua es especialmente dura en la llamada zona núcleo, el vértice fértil que forman Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Según el informe de enero de la Dirección Nacional de Emergencia y Riesgo Agropecuaria, hay más de ocho millones de hectáreas cuyos cultivos están en “período crítico” y 21,7 millones de cabezas de ganado en riesgo. Ricardo Buzzi, presidente de la Sociedad Rural de Las Heras, también considera, como Raúl Catta, que esta sequía no tiene precedentes. “El campo familiar ya va por la quinta generación. Los primeros llegamos en 1887 y para dar agua se usaba el pozo”, cuenta. “Esa agua en este momento está a más de ocho metros y tiene menos de 50 centímetro. Se han secado pozo de molino que tienen 100 años”, lamenta.

A unos 120 kilómetros de Buenos Aires está la ciudad de Navarro. Es una zona agrícola que tiene una laguna de 175 hectáreas que atrae al turismo. Eduardo Caruso tiene tambos en Navarro y por primera vez en su vida ha visto la laguna completamente seca. “El tiempo que lleva seca no tiene precedentes”, dice Caruso, y habla, como sus colegas, de una tormenta perfecta. “El aumento de los cereales que usamos para alimentar a la hacienda ha superado el valor del litro de leche. El año pasado se cerraron 400 tambos en todo el país”, dice.

Las hojas de maíz seco se deshacen entre las manos de Avagnina, el ingeniero agrónomo de Las Heras, mientras lamenta que las plantas de soja están a la mitad de su tamaño y aún no han desarrollado las chauchas. Lo que le queda del maíz no irá al mercado, sino a alimentar al ganado. Esa ha sido una solución de emergencia de muchos productores, como Diego Maíz, que alquila 300 hectáreas en pequeñas parcelas repartidas cerca de los campos de Avagnina. Maíz se crio arriba de una cosechadora, y con los años dejó de prestar servicios a terceros para concentrarse en sus propios cultivos. “Se sufre al ver cómo se pierde el trabajo que uno ha hecho con pasión. Nos pasamos haciendo pruebas para mejorar y estos golpes te hacen retroceder de un cachetazo”, dice.